Pelophylax perezi, la rana común

Pelophylax perezi

La rana común (Pelophylax perezi) es un anfibio anuro de la familia Ranidae. Es una rana de tamaño mediano a grande, pudiendo alcanzar los 11 cm de longitud en las hembras, aunque no suele sobrepasar los 8 cm. Posee una coloración verde y marrón muy variable, con manchas negras, con una línea vertebral verde más clara y sin la característica mancha temporal de las ranas pardas. El vientre es de color grisáceo.

El tímpano es conspicuo y los pliegues glandulares dorsolaterales están moderadamente desarrollados; ambos de color bronce. Es una rana muy estilizada, con largas patas. Tiene 4 dedos en las extremidades anteriores y 5 en las posteriores que están unidos por membranas interdigitales muy desarrolladas. La pupila del ojo es horizontal. Los machos tienen sacos vocales de color grisáceo en las comisuras de la boca.

Llegan a vivir hasta 6 años, aunque lo más habitual es 2 ó 3 años.

Distribución

Es una especie endémica de la Península Ibérica y del sur de Francia, apareciendo hasta casi los 2400 m de altitud. [1]

El límite de distribución septentrional no está claro. Se ha constatado la presencia de la especie hasta las cercanías de Lyon por el este y hasta el departamento de Vandea, por el oeste. Tampoco se conoce el límite en la parte central de la distribución francesa, donde es posible que se encuentre al sur de la cuenca del río Loira. Hacia el sur la especie no sobrepasa el Estrecho de Gibraltar, no apareciendo en el África continental.[2]

Ha sido introducida en las Islas Baleares (Mallorca, Menorca, Ibiza y Formentera), Canarias (excepto en El Hierro y Lanzarote), Azores y Madeira. [3]

Hábitat

Es una especie estrictamente acuática.

Es una especie estrictamente acuática, apareciendo en todo tipo de masas de agua, aunque preferiblemente en ambientes permanentes. Es menos frecuente en las masas de agua fría, arroyos de montaña con pendiente excesiva y cursos de agua sombreados por un denso dosel arbóreo. Puede ser encontrada tanto en medios lóticos (ríos, arroyos, ramblas, acequias), donde selecciona zonas con escasa corriente, como lénticos (charcas, balsas agrícolas, marjales, zanjas, embalses). Incluso se han encontrado ejemplares en el interior de cuevas, en fuentes termales con temperaturas entre los 25 y 30 ºC y en arroyos de montaña con temperaturas de 3 ºC.[1]

Ningún factor climático influye en su distribución, a no ser la altitud elevada. Ni siquiera la calidad del agua es un factor determinante en la presencia de esta rana, siendo el anfibio más resistente y con menos limitaciones de los que pueblan la Península, pudiendo frecuentar aguas eutróficas e, incluso, con un cierto grado de contaminación. Esto le hace ser una especie colonizadora temprana de hábitat modificados (incendios, contaminaciones) y de masas de agua de nueva creación. Aparece en gran número de biotopos ya sea en la región bioclimática Mediterránea como en la Eurosiberiana, encontrándose buenas poblaciones en lugares muy alterados por la acción humana. Su presencia sólo se ve limitada por la ausencia de agua. Tolera muy bien la salinidad del medio existiendo poblaciones en dunas y arenales costeros con concentraciones de hasta 0,75 g/l. [1]

Alimentación

Se alimentan tanto de presas terrestres como acuáticas, aunque mucho más frecuentemente de las primeras. Fundamentalmente se alimentan de invertebrados, sobre todo dípteros (moscas y mosquitos), coleópteros (escarabajos) e himenópteros (abejas, avispas y hormigas). De forma ocasional se puede alimentar de pequeños vertebrados, como peces, aves, anfibios y reptiles. También puede practicar el canibalismo con ejemplares más pequeños y renacuajos. Los renacuajos se alimentan de algas, detritos y fanerógamas del fondo, fitoplancton y perifiton de las masas de agua donde medran. Los adultos extienden sus zonas de campeo y alimentación a los alrededores de las masas de agua donde habitan, aunque nunca más lejos de 5 metros.[1]

Reproducción y desarrollo

Renacuajo en fase ápoda.
Renacuajo en fase tetrápoda.

El periodo reproductor abarca desde abril hasta julio, teniendo lugar principalmente en masas de agua permanentes. Los adultos seleccionan negativamente como hábitat reproductores ambientes con poco recubrimiento de vegetación de ribera. El amplexus es axilar. Los machos alcanzan la madurez sexual a los dos años de edad y las hembras al año. Se han relacionado con el cortejo dos formas de canto de los numerosos que emiten los machos. Otros se relacionan con la defensa de pequeños territorios.

Las hembras pueden desovar entre 2000 y 7000 huevos, con una media de unos 2300,[4] que suelen adherirse a la vegetación y al sustrato, pero también pueden encontrarse flotando en el agua. Emergen del huevo en 5-8 días y la metamorfosis comienza en 8-12 semanas, aunque algunos renacuajos pueden pasar el invierno en ese estadio.

Los renacuajos pueden crecer hasta los 111 mm, pero lo habitual es que lo hagan entre 60 y 70 mm. El espiráculo se encuentra en el lado izquierdo y el ano se abre en el derecho, en la base de la cola. Los dentículos se ordenan en un número de filas simples, siendo la fórmula más habitual 2(2)/3(1). La aleta dorsal es baja, comenzando a la altura del espiráculo. La punta de la cola es puntiaguda. Su coloración es verde o marrón claro, con pequeñas manchas oscuras que son más densas y grandes en la cola, presentando un patrón de tres líneas longitudinales oscuras. La coloración ventral es blancuzca.

Durante su desarrollo habitan el fondo de las masas de agua relativamente profundas y típicas del verano, ya que es entonces cuando se reproduce la especie. Son masas de agua más pequeñas, con menos cobertura vegetal, mayor temperatura y menores concentraciones de oxígeno disuelto que en la primavera. Cuando se desarrollan en charcas temporales tienden a hacerlo en las zonas más profundas y con mayor vegetación sumergida.

Comportamiento

En las zonas más frías pueden presentar una reducción metabólica invernal de duración variable, pero en la mayoría de las zonas que ocupan se las puede encontrar activas durante todo el año. Son tanto diurnas como nocturnas, decreciendo su actividad en las horas de mayor insolación durante el verano.

Los ejemplares subadultos ocupan con mayor frecuencia masas de agua temporales de escasa profundidad y arroyos con corriente rápida, donde no suelen encontrarse adultos. Los juveniles ocupan espacios sin depredadores. Comparte hábitat con otras especies de anfibios de hábitos terrestres cuando éstas acuden a las masas de agua a reproducirse.

Cuando detectan la presencia de un depredador huyen hacia el agua como mecanismo de defensa. Entre sus depredadores más frecuentes se encuentran aves (cigüeñas, garzas, rapaces, etc) y mamíferos (nutria, visón, jabalí, etc), aunque también se alimentan de ellas peces (lucio, black bass), anfibios (sapo de espuelas, canibalismo), reptiles (Género Natrix, otras serpientes) y crustáceos (cangrejos de río).

Evolución

Como otras ranas verdes europeas, presenta un proceso evolutivo raro en los vertebrados que viene regulado por un mecanismo reproductor denominado hibridogénesis. El complejo hibridogenético de la rana verde común comprende a P. perezi y al híbrido con P. ridibundus que producen la rana híbrida de Graf.

Explotación

Es el único anfibio autóctono de la Península Ibérica que es explotado en ranifactorías para su comercialización. Además, su pesca en España está regulada en distintas Comunidades Autónomas.

Amenazas

  • La pérdida de hábitat por desecación de masas de agua, construcción y edificación, etc.
  • La excesiva contaminación de las aguas.
  • La introducción de especies alóctonas como la rana toro americana (Lithobates catesbeianus) procedente de ranifactorías.
  • La hibridación con Pelophylax ridibundus y con Pelophylax lessonae supone una contaminación genética. Además, el híbrido de P. perezi x P. ridibundus, Pelophylax kl. grafi, puede desplazar y hacer desaparecer a la especie parental, ya que es mucho más fértil y viable.[1]

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Pelophylax_perezi

Pelobates cultripes, el sapo de espuelas

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Sapo de espuelas
Pelobates cultripes02.jpg
Estado de conservación
Casi amenazado (NT)
Casi amenazado (UICN 3.1)
Clasificación científica
Reino: Animalia
Filo: Chordata
Subfilo: Vertebrata
Superclase: Tetrapoda
Clase: Amphibia
Subclase: Lissamphibia
Orden: Anura
Familia: Pelobatidae
Género: Pelobates
Especie: P. cultripes
Nombre binomial
Pelobates cultripes
Cuvier, 1829
Distribución
Distribución de Pelobates cultripes
Distribución de Pelobates cultripes

El sapo de espuelas (Pelobates cultripes) es una especie de anfibios anuros de la familia Pelobatidae.

Contenido

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Distribución

Su distribución mundial se limita exclusivamente a la Península Ibérica y a las costas mediterráneas y sudoccidentales de Francia. Dentro de la península tiene una distribución prácticamente continua haciéndose sus poblaciones más escasas o desapareciendo en el norte (cornisa cantábrica y Galicia).

Hábitat

Los ambientes terrestres que ocupa normalmente el sapo de espuelas, suelen ser terrenos arenosos, con charcas, arroyos estacionales o marismas cercanas. Son especialmente abundantes en las dehesas de Extremadura y arenales del bajo Guadalquivir, zonas semiáridas del valle del Ebro y siendo escaso en zonas de montaña.

Aunque su distribución altitudinal abarca desde el nivel del mar hasta los 1.700 metros, es más frecuente encontrar poblaciones por debajo de los 1.000 m.

Amenazas

Los factores que pueden incidir sobre su nivel de conservación son comunes a los de otras especies de anuros, la destrucción directa de hábitat reproductivos como charcas, lagunas y marismas ha provocado la extinción de poblaciones, especialmente en zonas de arenales costeros y zonas destinadas a la agricultura intensiva, la contaminación por productos fitosanitarios y el exceso de carga ganadera, que provoca la eutrofización de los hábitat reproductivos. Los atropellos en carreteras en zonas reproductivas ricas en charcas y la introducción de especies foráneas como el cangrejo de río americano o ciertas especies de peces que pueden incidir en las fases embrionaria y larvaria.

 

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Pelobates_cultripes

Megophrys nasuta, La rana cornuda malaya

Megophrys nasuta

El mimetismo perfecto, la rana hoja malaya oculta entre la hojarasca.

Autor: Aitor Sancho de Pablo (Aitortxu)

“...El destello de un relámpago rasga violentamente el negro manto de una noche sin luna. Acto seguido el rugido ensordecedor del trueno hace callar hasta el chirriar de los insolentes grillos. Un silencio tan palpable que da la sensación de ser algo más que la mera ausencia de sonidos invade el denso bosque de altos plataneros orientales.
Esta breve calma marca el final de la estación seca.Una mano invisible deja caer desde lo alto un interminable telón de agua: ha llegado el monzóna Malasia. El aire viciado de humedad empieza a ejercer en mis hombros más presión que la saturada mochila que llevo a la espalda. Me siento como un submarino que ha sobrepasado con creces su límite de profundidad: a punto de desmembrarme a causa del cansancio que atenaza mis músculos. Para más inri, la ropa empapada de agua añade su peso a la ya de por si excesiva carga que tuve a buen ver sacar del destartalado motel cercano a la selva en el que me alojo durante mi pasajera estancia en Malasia. Una errónea decisión de la que ya es demasiado tarde para arrepentirse. Tengo la extraña impresión de haber engordado varios kg en un solo instante, como por arte de magia (negra sin duda).La linterna ilumina tenuemente la estrecha senda que se extiende ante mí, ahora convertida en un lodazal. A cada paso que doy la bota que calza mi calloso pie se hunde profundamente en el barro, quedando trabada las más de las veces y ralentizando mi avance hasta límites desconocidos para cualquier persona con pleno uso de sus extremidades inferiores.

 

Los árboles que me rodean cobran siniestras formas humanas, como si antaño fueran hombres que un funesto día se vieron atrapados en el traicionero lodo para toda la eternidad.Por fin logro encontrar un pedazo de tierra seca al cobijo de un anciano y robusto platanero. Una isla en medio de ese mar de tierra, hojas, ramas y piedras que corren ladera abajo como perseguidas por el diablo.El ruido que hace la mochila al caer pesadamente contra el suelo es amortiguado por el monótono repiquetear de la lluvia sobre el techo de anchas hojas que me ampara. Preocupado y cabizbajo, como un mandatario temeroso de nuevas conspiraciones de la naturaleza, me recuesto en el duro trono de mi recién descubierto reino, una piedra que a tal efecto sobresale de las entrañas del infierno.Un movimiento casi imperceptible de la hoja que reposa a mis pies llama mi atención, distrayéndome por un momento de la hilera de malos pensamientos que se acumulan en mi cabeza.La hoja vuelve a avanzar, alejándose de mi sombría figura. Me resulta extraño: los torrentes de agua, en su obstinado afán por rediseñar el bosque, no se dignan sin embargo a entrar en mi refugio, quizá compasivos, quizá temerosos de mi malestar, y ni la más mínima brisa agita el aire estancado que se cierne impenitente sobre mí, forzándome a agachar la cabeza en señal de sumisión. Es como si la hoja hubiese cobrado vida propia.Dando un pequeño salto, la hoja vuelve a desplazarse en la misma dirección. Me frotó los ojos con inusitada vehemencia.Quizá la causa de mis inexplicables visiones sean esas inoportunas gotas de lluvia que se descuelgan de mi flequillo para hacer rappel por mi rostro con total impunidad, volviéndome vidriosa la mirada, como si llevara puestas unas gafas mal graduadas.O quizá sean producto de las malas artes propias de aquellas burlonas deidades que, según los supersticiosos nativos de la tribu Jahai en la remota Orang Asli, vagan por estos mágicos bosques en busca de imprudentes aventureros que embaucar con sus taimadas bromas y embrujos, divirtiéndose cruelmente a su costa hasta hacerles caer en una insondable locura.Convencido en desentrañar un misterio tal que mi mente de biólogo y naturalista no obtiene resultado alguno en su denodado esfuerzo de hallarle una explicación razonable, me lanzó con gran rapidez sobre la hoja en rítmico movimiento, apresándola firme pero cuidadosamente entre mis manos. Una mezcla de horror y sorpresa me sobrecoge al notar el inesperado tacto viscoso de aquello que, sea lo que sea, se afana por escapar del fuerte abrazo de mis dedos. Abro sin prisa la prisión de mis manos, como temeroso de saber lo que guarda en su interior... y no puedo cuánto menos soltar una estruendosa carcajada que la tormenta no logra enmudecer. No deja de avergonzarme el hecho de que hace tan solo escasos segundos mi descubrimiento pudiera causarme tamaño desasosiego.De entre mi cuarteada piel, castigada por las constantes inclemencias del cambiante tiempo que me ha acompañado durante mi viaje por esta región tan apartada de mi hogar allá en la predecible y gris (excepto por los tulipanes) Holanda, emerge cual capullo floreciente una hermosa rana de gran tamaño, con singulares cuernos y una apariencia idéntica a cualquiera de las miles de hojas que alfombran la impenetrable selva.

Ceratophrys montana var. Nasuta: así llamaré a este anfibio, aunque probablemente, y como viene siendo habitual, con el paso del tiempo mis colegas naturalistas e incluso yo mismo, lo rebauticemos una y otra vez. Pero más allá de un mero término en latín, esta rana tan especial, con su refinada habilidad para el camuflaje, supone una gran aportación a la Historia Natural, y como tal debo poner su existencia en conocimiento del mundo entero...”

Extracto del los diarios de H. Schlegel sobre sus expediciones naturalistas por territorio malayo en busca de nuevas especies de su fauna autóctona*.*(Relato figurado, producto en su totalidad del autor de esta guía)

...

A pesar de su recatada coloración, que hasta se podría tildar de aburrida (sin duda poco llamativa por razones de supervivencia y camuflaje), la singular morfología de los sapos hoja asiáticos pertenecientes a la familia Megophryidae cautivan a la gran mayoría de los terrariófilos. Esta guía pretende aportar su particular granito de arena a esta afición en auge, centrándose en los cuidados del sapo hoja por excelencia, Megophrys nasuta.


Familia Megophryidae

Esta familia consta de al menos 136 especies encuadradas en el género Megophrys, entre ellas (por citar algunas de las más relevantes) M. aceras, M. longipes, M. montana, M. nasuta, M. kobayashii, M. ligayae, M. stejnegeri y M. edwardinae (al borde de la extinción).

Estos anuros se caracterizan por presentar dos protuberancias más o menos puntiagudas encima de sus ojos y otra a modo de larga “nariz” en el caso de M. nasuta, lo que combinado con unos ocres tonos de piel les aporta un increíble parecido con una hoja seca. Durante generaciones y generaciones los Megophrys han perfeccionado su camuflaje para eludir a sus depredadores (pequeños mamíferos, grandes lagartos y serpientes principalmente), hasta el punto de hacerse casi invisibles entre las hojas caídas que alfombran el suelo de los bosques húmedos y un tanto fríos de Malasia. Sin embargo, y a pesar de compartir familia, no todos los Megophrys presentan una taxonomía tan marcada, incluso en algunas especies (véase Megophrys montana) las protuberancias de la cabeza son casi inapreciables.

De todas las especies de Megophrys únicamente dos se destinan a la venta hoy en día, M. Montana y M. Nasuta, ésta última en mayor medida, ya que es la que presenta formas más atractivas y abruptas en comparación con sus congéneres. No en vano, como hemos dejado entrever en el encabezado, es considerada el mayor exponente dentro de este género. Aún así, sigue siendo poco común encontrarse ejemplares de M. Nasuta a la venta tanto dentro como fuera de España, siendo la mayoría de los ejemplares existentes importados de su hábitat natural, al no encontrarse esta especie amenazada ni estar incluida en CITES. Teniendo en cuenta que su reproducción (que explicaremos más adelante) es muy sencilla, ¿a qué se debe esta imposibilidad de adquirir animales criados en cautividad?

 

Megophrys nasuta

La principal razón estriba simple y llanamente en la dificultad de encontrar una pareja de sapos hoja. Un elevado porcentaje de los ejemplares puestos a la venta son machos, mientras que la presencia de hembras en el mercado es más bien atípica. A pesar de su excelente camuflaje los machos son presa fácil en la época de apareamiento, ya que su continuo croar con el fin de atraer a las hembras los hace detectables. Mientras que las hembras, al no emitir ningún sonido, son mucho más escurridizas a pesar de su mayor tamaño. Este hecho viene reflejado en el precio, la cantidad de dinero exigida a cambio de las hembras suele doblar a la pedida por los machos. A ello hay que sumar los gastos de alimentación, que dada su voluminosidad, son más elevados al tratarse de especimenes femeninos.


Megophrys Nasuta

Nomenclatura científica:

· Ceratophrys montana var. nasuta Schlegel, 1837 (nombre original)
· Megalophrys montana var. nasuta Cantor, 1847
· Ceratophryne nasuta Schlegel, 1858
· Megalophrys chysii Edeling, 1864
· Megalophrys nasuta Günther, 1873
· Pelobatrachus nasutus Beddard, 1907
· Megalophrys nasuta Boulenger, 1908
· Megophrys nasuta Gee and Boring, 1929
· Megophrys nasuta Smith, 1930 (nombre actual de la especie)
· Megophrys monticola nasuta Inger, 1954

 

Nombre común: rana de cuernos nariguda. Jahai, una tribu aborigen de Orang Asli (al norte de la Malasia peninsular), llama a esta rana “Kengkang”, una onomatopeya de la llamada de los machos en la época reproductiva. El sonido que emiten los machos durante el apareamiento se asemeja a un bocinazo y tiene cierta resonancia metálica.


Distribución:
Sundaland, “tierra de Sunda” (Indomalasia), es una región biogeográfica del sudeste de Asia que abarca la Península Malaya y las islas del archipiélago de Sumatra, de Java y de Borneo.
Península de Malaca o Península Malaya, también conocida como península de Kra (Indomalasia), es un largo y estrecho apéndice del continente asiático. Políticamente está dividida en territorios pertenecientes a Birmania, Tailandia, Malasia y Singapur.Esta especie de hábitos exclusivamente terrestres y nocturnos vive entre la hojarasca en descomposición, a los pies de los frondosos árboles que se apiñan en la baja montaña, próximos a insignificantes corrientes de agua (ya que no es buena nadadora, y de lo contrario correría el riesgo de ahogarse), donde las hembras depositan sus huevos, adhiriéndolos a aquellas pequeñas piedras y raíces que emergen del agua. Son zonas boscosas sombrías, dado el tupido entramado vegetal que la luz difícilmente logra atravesar, con abundantes precipitaciones, humedad permanente y TºC frescas y constantes todo el año, que oscilan entre los 20 y 24ºC. Además de no ser, como hemos dicho, una buena nadadora, tampoco se puede secir que se prodigue en el salto, siendo sus movimientos un tanto torpes. Cualidades ambas que por otro lado son totalmente prescindibles al confiar básicamente los M. nasuta en su excelente camuflaje a la hora de escapar de sus potenciales enemigos.

Descripción:
No es difícil identificar este escuerzo, con sus característicos “cuernos” y una larga “nariz” (de ahí el término nasuta, que en latín viene a significar “narigudo”, “que tiene una napia voluminosa”). Hay algunas otras ranas de cuernos o sapos hoja en la Península Malaya, pero no pueden llevar a confusión dadas sus notables diferencias taxonómicas, que permiten distinguir claramente a esta especie del resto, pues es la única con una “nariz” prominente y puntiaguada, y sus “cuernos” son más extensos y afilados que los de otros sapos hoja. Los párpados superiores se dibujan hacia fuera en proyecciones largas y triangulares, formando lo que parece un cuerno sobre cada ojo.
Esta especie, cuyo rostro cejudo arroja un aspecto ceñudo y amenazador, nada más lejos de la realidad, también se caracteriza por la presencia de dos pares de dobleces o de cantos dorsolaterales longitudinales. Un par se extiende del occipital a la ingle, y el otro par parte de la parte posterior del ojo hasta la ingle.
Otro rasgo taxonómico es la existencia de un par de glándulas de tonos amarillentos situadas en el pecho, debajo de la inserción de las patas anteriores.
La coloración propia del M. Nasuta varía ligeramente según la zona geográfica que habite, pudiendo ir desde un ocre pálido a un marrón muy oscuro, pasando por tonos rojizos. Sin embargo, de una forma u otra, ésta siempre coincide con el color de las hojas muertas entre las que se asienta. Uno de los síntomas de estrés en estos animales es el oscurecimiento repentino de la piel, que se torna casi negra (al igual que ocurre con otros muchos reptiles y anfibios).
Las hembras son de mayor tamaño que los machos y por regla general no exceden los 13 cm de longitud, aunque pueden crecer hasta los 16 cm. Los machos suelen medir unos 10 cm.


Alojamiento:
A pesar de que estamos hablando de anuros relativamente grandes (sobre todo en el caso de algunas hembras), esta especie requiere de una instalación pequeña para su correcto mantenimiento, más ajustada a su comportamiento sedentario que al considerable tamaño que alcanzan de adultos. Como hemos explicado en repetidas ocasiones, los Megophrys viven entre las hojas que tapizan el suelo de los bosques, manteniéndose en un estado de quietud casi absoluta y evitando llevar a cabo ningún movimiento innecesario que pudiera delatar su cuidadosamente camuflada posición a los posibles enemigos. Debido a este estatismo extremo (típico también en otras especies con hábitos de vida similares tales como Ceratophrys, Pyxicephalus...) las medidas adecuadas para un terrario destinado a albergar a un sólo ejemplar no excederían de 80 cm de largo por 40 cm de ancho, siendo la altura indiferente al tratarse de una especie exclusivamente terrestre. Sin embargo, el sentido común recomienda una altura mínima de unos 30 cm, sobre todo si tenemos en cuenta que el terrario deberá contar con un sustrato adecuado de al menos 10 cm de grosor. De esta manera se le ofrece al escuerzo la posiblidad de enterrarse siempre que lo desee, con el fin de que pueda regular tanto su TºC como humedad corporales, y en segunda instancia, para reducir el estrés del animal al permitirle escapar a miradas impertinentes.

 


El sustrato recomendado consiste en una combinación a partes iguales de fibra de coco o turba con Sphagnum moss. Lo óptimo sería establecer zonas diferenciadas para cada tipo de suelo, así nuestro Megophrys podrá elegir libremente aquélla que más cómoda le resulte en cada momento. Todo el conjunto cubierto a su vez con una densa capa de hojas secas, preferiblemente de plátano oriental, un árbol caducifolio característico de la región de origen de este escuerzo, aunque son igualmente válidas las hojas de roble y magnolia, dado su pH neutro. Cabe añadir, como nota meramente informativa, que un suelo ácido tiene un pH menor de 7, uno neutro es aquel cuyo pH equivale a 7 y un suelo básico o alcalino cuenta con un pH mayor de 7.
El toque ligeramente ácido ya lo dan la fibra de coco o la turba, con un pH aproximado de 6, 0´5 arriba, 0´5 abajo. El material recién salido de la turbera, la turba rubia, que venden algunos viveros de plantas en forma de grandes balas prensadas, es excesivamente ácida, rondando su pH un valor de 3 o 3´5, por lo cuál no nos sirve. La turba que debemos utilizar es aquella que viene en pequeños paquetes, también compactada, y que podremos encontrar en casi cualquier tienda especializada. El ajuste de su pH hasta valores alrededor de 6,5 se efectúa generalmente añadiendo dolomita (carbonatos cálcico-magnésico). Estos valores levemente ácidos, a pesar de resultar letales para algunos urodelos terrestres como viene a ser el caso de los Tylototriton shanjing, son muy beneficiosos para los Megophrys y cualquier anuro voluminoso en general: dada la increíble voracidad de estos anfibios, la cantidad de desechos que producen es bastante notable, y aunque se intenten retirar diariamente la totalidad de los mismos, es imposible evitar la proliferación de bacterias que pudieran ser perjudiciales para nuestro sapo. La acidez de la turba nos ayuda, junto a una metódica limpieza del terrario y un cambio completo del suelo cada dos semanas, a controlar la población de microorganismos dañinos, gracias a sus propiedades esterilizadoras. Y no hay que olvidar la enorme importancia que tiene para la buena salud de nuestros anfibios el mantenimiento de una correcta higiene en sus instalaciones, ya que su piel, a través de la cuál realizan buena parte de sus funciones vitales, es muy delicada. A la eliminación de patógenos contribuye también el Sphagnum moss, una planta más muerta que viva que se acumula en las turberas pantanosas formando una masa compacta similar al musgo, con un pH de 4, y de la que se conocen 170 variedades distintas.


Aunque la mayor cualidad de estos sustratos es sin duda su gran capacidad para la retención del agua, gracias a una porosidad que supera el 90%, contribuyendo así de manera inigualable a mantener una humedad alta, vital para cualquier anfibio, sólo con pulverizar abundantemente el hábitaculo del animal una vez al día (preferiblemente al anochecer, acorde con los hábitos crepusculares de nuestro Megophrys).
Si se dispone del dinero necesario y se carece de tiempo para realizar las pulverizaciones necesarias se puede optar por instalar un sistema de nebulización, o, todavía mejor a la par que más caro, un sistema de lluvia artificial conectado a un temporizador por segundos simulando breves precipitaciones varias veces a lo largo del día. Sin embargo toda esta parafernalia en este caso no es estrictamente necesaria, diríamos que más bien se trata de hacer más liviana nuestra labor (lo que no es del todo imprescindible pero tampoco desdeñable).


Lo realmente importante es que la humedad en el terrario se sitúe en unos parámetros de entre el 70 y 80%. Una carencia de humedad es muy perjudicial, pero también lo es en menor medida un exceso de la misma, ya que de darse de forma permanente puede conllevar problemas respiratorios e infecciones cutáneas, por lo que debe evitarse rebasar ambos límites. Sea como fuere, es totalmente indispensable tener siempre en el terrario a entera disposición de nuestro escuerzo un recipiente con agua mineral baja en sales, o del grifo tratada previamente con un producto específico de venta en las tiendas de animales encargado de remover del líquido elemento el cloro y la cloramina, químicos, que, aunque son tolerables en pequeñas dosis para la mayoría de los reptiles, pueden resultar muy perjudiciales a medio plazo para nuestros sensibles anfibios, causando graves irritaciones en piel y mucosas. Una alternativa más económica para eliminar el cloro del agua de nuestras casas que, sin ser efectiva al 100% como el método anterior, nos puede salvar de algún que otro apuro, consiste en dejar reposar el agua de 24 a 72h antes de emplearla con nuestro animal. Como veis el tiempo de reposo varía de unas fuentes a otras, pero si algo ha quedado patente tras numerosas lecturas al respecto es que los metales pesados no se evaporan en su totalidad, y si bien puedan permanecer ínfimos vestigios de su presencia en el agua, mi recomendación personal es apostar sobre seguro con la utilización de productos comerciales, que no son tan ineficaces como algunos bolsillos se empeñan en ver. El recipiente del agua no debe ser muy amplio, lo suficiente para que nuestro sapo quepa holgadamente, ni demasiado profundo para evitar desdichados ahogamientos, dada la poca desenvoltura de los Megophrys en las habilidades natatorias. Como otra guía describía a mi modo de ver muy acertadamente, se trata de crear algo así como un “jacuzzi” para sapos.En cuanto a la iluminación, podemos prescindir de ella siempre que contemos con la luz natural de una ventana inciendo (nunca de forma directa) en el terrario, con lo cuál se simula perfectamente el ciclo día-noche. Si no contamos con esta posibilidad, es primordial la inclusión de un fluorescente de amplio espectro y bajo porcentaje de radiación UVB (2.0) para tal fin. También es recomendable la utilización de un 2.0 cuando tenemos bajo nuestro cuidado a ejemplares jovenes que se están desarrollando y que no han alcanzado todavía su tamaño definitivo. Sino pueden sintetizar correctamente la vitamina D3, tan necesaria para la asimilación del calcio y por tanto para la correcta formación de los tejidos óseos, mediante un fluorescente de baja radiación UVB, este tipo de sapos de rápido crecimiento tienden a una fatal descalcificación que les conduce a la muerte. Añadir que conviene cambiar los fluorescentes a los 6 meses tras su compra como máximo, ya que durante su uso continuado, a pesar de seguir iluminando, pierden la propiedad de irradiar UVB con el paso del tiempo. Aunque para suplir estos problemas que indudablemente influirán de forma negativa y determinante, sino lo matan antes, en la calidad de vida de nuestro anuro, también podemos añadir a su comida un suplemento comercial para reptiles con vitamina D3, dos o tres veces a la semana.


En ejemplares adultos, además de no ser necesaria la inclusión de ningún tipo de iluminación especial, bastará con suministrar carbonato cálcico en polvo (de venta en farmacias, o mediante suplementos comerciales que no incluyen en su composición la vitamina D3) una vez a la semana. Recordaros que la sobrevitaminosis, la otra cara de la moneda, también puede acarrear diversos inconvenientes.


Antes de entrar de lleno a discernir que sistema de calefacción es el más adecuado para el terrario de un Megophrys, he de advertir que si la TºC de tu hogar oscila entre los 21ºC-23ºC durante todo el año, con una descenso nocturno de 19ºC-20ºC, es más que suficiente, pudiendo incluso alcanzar la mínima recomendada de 15ºC en invierno sin que el apetito de nuestro escuerzo se vea mermado un ápice, encuadrándose por tanto su comportamiento dentro de la más absoluta normalidad.


Si por el contrario no logras llegar a las TºC anteriormente comentadas en el interior de tu casa, algo realmente atípico, no te quedará más remedio que incluir un sistema de calor adicional. Aunque más que preocuparse por las bajas TºC, uno debería temer al sofocante sol veraniego, ya que estos sapos no toleran nada bien las altas TºC, y probablemente sucumbirán fatalmente ante las cada vez más frecuentes e insoportables olas de calor que caen sobre nosotros en esas fechas.Es muy importante que la TºC ambiental del terrario, con su correspondiente descenso de varios grados en el interior del escondite de nuestro sapo, no supere los 30ºC, ya que transgrediendo los límites que imponen dicha máxima el riesgo de mortalidad para nuestro Megophrys sería demasiado alto. Aunque hay experiencias de personas cuyos ejemplares han sobrevivido a veranos muy calurosos sin necesidad de recurrir a ningún método de refrigeración, siempre será mejor apostar al caballo ganador, no nos vayamos a llevar una desagradable sorpresa por confiar ciegamente en la providencia.Por tanto, a pesar de que probablemente no necesites calefactar el terrario de tu Megophrys, me explayaré a gusto en lo que considero un importante aspecto en el mantenimiento de cualquier anfibio y que además suele ir parejo de una gran polémica, sobre todo cuando se trata de anuros con marcados hábitos excavadores, como es el caso que nos ocupa. Así lo considero oportuno ya que la información que brindaré a continuación es extensible a otros anuros que provengan de hábitats más templados y que sí requieran la inclusión de fuentes de calor para su correcta adaptación (Ceratophys, Pyxicephalus, Dyscophus...).No recomiendo la utilización de lámparas infrarrojas para calefactar el hábitaculo de ningún anfibio, sea anuro o urodelo, ya que resecan demasiado el ambiente, y ya hemos dejado claro lo importante que es para estos animales la consecución de una humedad alta en el terrario. Sólo es viable la utilización de lámparas infrarrojas cuando también se tiene instalado en el terrario un sistema de lluvia artifical, programado para actuar automáticamente cada poco tiempo. Con lo cual si tenemos un descuido en las irrigaciones de agua diarias a nuestro sapo (aclarar que con este método de calefacción deberían ser varias pulverizaciones por día en vez de una sola, para compensar el descenso de la humedad ambiente ocasionado por las infrarrojas) nos aseguramos de que el escuerzo no perezca en ese infierno abrasador que nuestra imperdonable dejadez o la falta de tiempo han creado. Aún así no nos sirve cualquier tipo de bombilla infrarroja, necesitamos una que sea segura y aguante indemne bajo estas condiciones tan húmedas: el spot cerámico es la única opción en estos casos, además carente de esa sumamente molesta luminosidad, que incordia sobremanera durante el período nocturno hasta el punto de que debería ser totalmente inexistente.
Si algo ha quedado claro es que, por tanto, no es lo más adecuado dejar que el calor provenga del techo del terrario mediante la utilización de focos infrarrojos.


Es mucho mejor optar por la colocación de una esterilla o cable calefactor (teniendo preferencia la primera frente al segundo, al ser su distribución del calor más homogénea y por consiguiente más segura) bajo el suelo del terrario y por fuera, ocupando sólo un 1/3 del mismo, para que el sapo pueda termorregularse por sí mismo eligiendo un área u otra. Se debe evitar poner la plancha calefactora pegada al cristal del terrario por arriba y apretada contra la superficie sobre la que éste se apoya (estantería, mesa...) por debajo, como si se tratara de una loncha de queso metida en un sándwich. Básicamente porque terminará igual que si metiéramos dicho sándwich al microondas, fundida por sobrecalentamiento, o lo que es peor, podría provocar una fisura en el cristal del terrario por la misma razón. Lo ideal sería levantar el terrario apoyándolo sobre unos tacos no demasiado altos, para seguidamente situar la plancha por fuera, como ya hemos dicho, pero no directamente fijada al suelo de cristal, sino a escasos cm reposando sobre la estantería o mesa en cuestión en la que se asienta el habitáculo de nuestro escuerzo. Esta problemática se soluciona fijando la esterilla calefactora a un lateral del terrario y como siempre en el exterior, fuera del alcance y el contacto directo con nuestro escuerzo, convirtiéndose así finalmente en la mejor opción (siempre que exceptuemos por motivos económicos o de diversa índole el calefactar toda la habitación).


No hace falta decir que es fundamental incorporar al terrario tantos termómetros e higrómetros como sea menester para asegurarnos una correcta lectura de las TºC y humedades, respectivamente, que se dan en las diversas áreas del mismo. De esta manera podremos establecer zonas diferenciadas en pos de las distintas TºC y humedades, creando gradientes que contribuyan a la autorregulación de nuestro escuerzo en ambos aspectos corporales. Existen dos tipos de termómetros e higrómetros: análogicos y digitales. Los primeros se colocan en el interior del vivario y son muy económicos, pero no son tan precisos como los segundos. En los digitales el cuerpo del aparato, del que sale a su vez un cable con una sonda en su extremo, debe situarse fuera del terrario para evitar fallos en su funcionamiento ocasionados por las extremadamente húmedas condiciones ambientales. Dicha sonda externa es la encargada de medir la TºC o la humedad, según se tercie, y por tanto debe introducirse dentro del terrario para tal fin. Frente a los analógicos los digitales tienen un precio mucho menos asequible, pero cuentan con una gran ventaja a su favor, y esa es su alta fiabilidad en los valores que reflejan.
Para finalizar este apartado, matizar que es muy recomendable, aunque no del todo imprescindible, conectar el sistema de calefacción a un termostato (funcionamiento manual) o cronotermostato (funcionamiento automático, y por tanto más cómodo a la par que eficiente) que regule las TºC y se encargue de llevar a cabo un descenso nocturno de las mismas, completando así a la perfección, junto a un apagado total de la iluminación, una correcta simulación del ciclo día-noche.
Ciñéndonos ya a temas más livianos, como lo pueda ser el de la decoración del terrario (por lo menos en lo que se refiere a este tipo de anuros), se puede concluir, como veremos a continuación, que el alojamiento de un Megophrys no otorga demasiadas licencias creativas a su cuidador en este aspecto. Los sapos voluminosos, como es el caso de nuestro escuerzo, tienden a destrozar y descolocar todos los elementos decorativos del terrario que no hayan sido previa y correctamente fijados. Por ello no recomiendo en modo alguno diseñar el alojamiento de un Megophrys como un vivario densamente plantado, si es que le tenemos un mínimo de aprecio a nuestra flora. A lo sumo se podría meter algún helecho que ayudara a mantener la humedad ambiental, además de dar un toque de vistosidad al conjunto: Nephrolephys cordifollium, Nephrolephys exaltata, Polypodium formosanum, Blechnum, Coregoteris cordata, etc., son especies que aguantan bien bajo las condiciones húmedas y ligeramente cálidas que se dan en el terrario de un Megophrys.
Y es que, a pesar de su estatismo y escasa actividad, gracias al gran tamaño que ostentan (y más concretamente las hembras adultas) unido a una, por así decirlo, "torpeza" en sus andares que les obliga a medio arrastrarse por el suelo, se convierten cuando deciden moverse en la reencarnación del caballo de Atila (narra el mito que por donde pasaba la hierba no volvía a crecer), pisoteando sin compasión cualquier planta viva que emerja en su camino. Sobre todo a la hora de comer, momento en que estas auténticas máquinas de tragar entran en un imparable estado de ansia y frenesí. A ello se suma su comportamiento típicamente excavador, que acaba por sacar a la luz más temprano que tarde las raíces de las plantas. Para que esto no ocurra, no debemos extraer las plantas de sus respectivas macetas, evitando así que nuestro Megophrys pueda llegar hasta las raíces. Y por último no podemos olvidar la que probablemente sea la cuestión más importante de todas, aquélla que atañe, aunque sea de forma indirecta, a la limpieza del terrario: como hemos expuesto anteriormente, ésta debe ser frecuente y lo más exhaustiva posible, directrices para cuyo cumplimiento una decoración compleja supondría sin duda un gran obstáculo.


Si tuvieramos que definir la decoración del alojamiento de un Megophrys en una sola palabra, esa sería sin duda y ante cualquier otra, sencillez: es adecuado proveer al animal de numerosos escondites que le permitan preservar su intimidad cuando la situación así lo requiera y por consiguiente disminuir al mínimo posible el estrés inherente a cualquier animal exótico que es mantenido en cautividad. La interacción con nuestro sapo debe reducirse exclusivamente a las labores de manutención del mismo: alimentación, limpieza, humedad... Un excesivo contacto con el ser humano puede conllevar en cualquier anfibio una preocupante apatía, hasta el punto que puede dejar de comer y morir de inanición. Algo que por otro lado es difícil que ocurra en este tipo de anuros, ya que su infinita voracidad supera a todo lo demás. Aún así conviene seguir estás recomendaciones en el trato diario con nuestro Megophrys, y ante cualquier síntoma de estrés (como, junto al que hemos nombrado, un acusado engrecimiento en la pigmentación), procurar al animal la tranquilidad que necesita. Para ello introduciremos en el terrario cortezas de corcho, mitades de troncos naturales y un amplio etc. de productos que encontraremos fácilmente en cualquier tienda especializada. Si preferimos ahorrarnos un dinerillo a costa de un poco más de tiempo y trabajo, podemos darnos un paseo por el monte y recoger cualquier vestigio de la flora local que yazca muerto en el suelo y que nos pueda servir. Todo aquéllo que saquemos de la naturaleza para luego introducirlo en el terrario debe ser previamente lavado y desinfectado concienzudamente, para evitar contagiar a nuestro Megophrys cualquier patógeno que pudiera afectar a su salud y en última instancia acabar con su vida. Cabe explicar en relación con este tema que el sistema inmunitario de un Megophrys no está preparado para hacer frente a microorganismos que la fauna autóctona tolera perfectamente, al tratarse los ejemplares puestos a la venta en la mayoría de los casos (sino todos) de animales capturados en un hábitat natural que difiere en gran medida con el que nos rodea. En ejemplares nacidos en cautividad este riesgo disminuye considerablemente, aunque nunca está de más ser cauteloso cuando lo que se haya en juego es la salud de nuestro sapo.

Alimentación:
Estos anuros son fundamentalmente insectívoros:
Las cucarachas son un alimento inmejorable para nuestro anfibio y deberían constituir (junto a las lombrices de tierra) uno de los pilares de su dieta, dado su gran valor nutritivo y alto porcentaje en calcio. Además los Megophrys parecen sentir cierta predilección por estos artrópodos. Existen distintas especies de cucarachas, unas más conocidas que otras: Blaptica dubia (probablemente la más empleada), la prolífica Shelfordella tartara(más conocida popularmente como “runner” y la segunda en popularidad), Nauphoeta cinerea, Phoetania pallida, Blaberus cranifer, Panchlora nivea, Rhyparobia maderae, Eublaberus spp., etc.
Pero lo que realmente apasiona a los Megophrys, hasta el punto de enloquecerles, es la lombriz de tierra corriente y moliente, otro magnífico alimento: Dendrobaena veneta o Lumbricus terrestris, existen varias variedades, unas más apetecibles que otras, y distintos nombres científicos designándolas. Su ratio Ca:P (1:1) es excelente. No hay anfibio que se resista a este manjar, las devoran con mayor avidez, si cabe, en comparación con otros tipos de presas vivas, siempre que se ofrezcan los anélidos de una sola pieza, ya que al ser troceados sueltan un liquidillo cuyo desagradable sabor puede hacer que sean rechazados. Aunque en nuestro caso no nos tenemos que preocupar demasiado por ello, os recordamos, como ya hemos señalado, que la voracidad de los Megophrys está por encima del buen y del mal sabor siempre que se trate de algo que poder llevarse a la boca. Desde luego yo no consideraría a estos anuros animales de paladar exigente.
También se pueden ofrecer con cierta asiduidad grillos: Acheta domesticus (grillo blanco, el más conocido y el de menor tamaño), Gryllus bimaculatus (grillo bicolor) y Gryllus campestris (grillo negro); polillas de la cera como Galleria melonella y Achroea grisella; langostas (Locusta migratoria) y abejorros, muy nutritivos a la par que caros, lo que los convierte en un alimento de lujo para la mayoría de las personas.


También se puede hacer usode los gusanos de la harina (Tenebrio molitor) y gusanos rey (Zophoba morio) muy puntualmente, ya que ambas especies son muy quitinosas, característica que las hace dificilmente digeribles por nuestras mascotas. Las dolas (Pachnoda butana) son una buena alternativa a los anteriores, y es que estos gusanos de gran tamaño no presentan una piel tan quitinosa.
Una vez al mes se puede variar la dieta ofreciendo a los ejemplares en etapa de crecimiento un pinkie o raton recién nacido sin pelo, muy ricos en calcio, beneficiando así a la correcta formación de los tejidos óseos en nuestro juvenil. Sin embargo, no conviene abusar de los micromamíferos en la alimentación de cualquier anuro debido a su altísimo contenido graso y proteico. Un exceso en la utilización de este tipo de presas podría convertir en poco tiempo a un saludable Megophrys en un ejemplar excesivamente obeso, con los graves problemas de salud que ello conlleva, acortando drásticamente la vida de nuestro escuerzo, que fenecerá probablemente a causa de un irreversible fallo hepático.
Los ejemplares adultos más voluminosos son capaces de engullir a través de su enorme boca una rata de tamaño medio sin problemas, aunque dicha capacidad no supone en modo alguno que se deba hacer de ello un hábito alimenticio. Es más, lo recomendable sería prescindir totalmente del uso de mamíferos en la dieta de los Megophrys que hayan alcanzado ya la mayoría de edad, exceptuando quizá una vez al año a modo de premio.
Aunque ciertas personas, como dan fe un sinnúmero de vídeos colgados en Youtube, se empeñen en convertir la alimentación de sus mascotas exóticas en un denigrante y bochornoso espectáculo más propio del circo romano que de una aficionado responsable, no nos dejemos llevar por lo que hagan los demás, sobre todo cuando no es del todo correcto. Sin entrar a discernir si el ratón sufre o no cuando se ofrece vivo a nuestros animales, un debate moral que a en mi opinión está fuera de lugar en este artículo, y del cual habrá diversas y respetables opiniones, sí que podemos afirmar con seguridad que existe en estos casos un riesgo palpable para la salud de nuestro Megophrys. Un ratón vivo, lógicamente, se defenderá tenazmente en su último aliento intentando escapar de una muerte predestinada, y en dicho forcejeo podría lastimar a nuestro escuerzo. Estadísticamente, lo más probable es que no suceda nada, pero mientras haya una mínima posibilidad de que esto ocurra, creo que no debemos correr el riesgo y emplear ratones congelados en la alimentación de nuestro Megophrys.


Sin embargo, no basta únicamente con seguir al pie de la letra las recomendaciones atrás expuestas a la hora de intentar determinar la dieta más apropiada para un Megophrys. No hay que olvidar reforzar el aporte nutricional de los alimentos enumerados espolvoreando levemente un suplemento vitamínico-mineral en las presas de nuestro escuerzo. Este preparado específico para reptiles, que incluye vitamina D3 y habitualmente está disponible a la venta en cualquier tienda de exóticos, debe añadirse a las comidas de los ejemplares más jóvenes unas dos o tres veces por semana. Para los Megophrys adultos que hayan completado con éxito su desarrollo físico no hace falta hacer uso de este conglomerado comercial, ya que podría inducir a la sobrevitaminosis en aquellos ejemplares que ya han alcanzado un tamaño definitivo. En este último caso, adquirir en la farmacia más cercana carbonato cálcico en polvo sin ningún tipo de añadido, es más que suficiente. Una composición pensada exclusivamente para el consumo humano pero que es perfectamente válida para nuestro Megophrys, y que deberá ser suplementada con la comida de nuestro escuerzo en una sola toma semanal. En los animales que padezcan EMO (Enfermedad Metabólica Ósea), es mejor recurrir al lactato cálcico, de más eficaz y rápida absorción.


Como colofón, recordaros que la principal problemática inherente al mantenimiento en cautividad de este tipo de anuros que ostentan un gran tamaño es el elevado riesgo de obesidad que conlleva su exacerbada voracidad: a los Megophrys que no superen el año de edad se les suministrará una gran variedad de presas en días alternos, espaciando las tomas a medida que crezcan, hasta quedar reducidas de adultos a uno, dos, o como mucho tres (en períodos de gran actividad) almuerzos semanales.

 

 

Reproducción.

Desgraciadamente no abundan las experiencias personales sobre la reproducción en cautividad de estos anuros, y aún menos se contempla en las bibliografías consultadas.En relación al comportamiento reproductivo del Megophrys en su medio silvestre, cabe admirar la osadía que demuestran los machos abandonando su escondite en la espesura del bosque para acercarse a la orilla de pequeños arroyos de lento fluir, con el objeto de llamar la atención de las hembras emitiendo sonoros y alternos “keng”, “kang”. De esta manera, a costa de arriesgar su propia existencia, tratan con ímpetu de perpetuar la especie. Tras la cópula, la hembra adhiere unos huevos incoloros en aquellas raíces de árboles, diversa vegetación y piedras que emergen del agua en las zonas más tranquilas del riachuelo.En cautividad se debe disponer para la cría de un acuaterrario, con una zona acuática amplia a la par que poco profunda, con cóncavos pedazos de corteza de árboles no resinosos ni letalmente aceitosos como es el caso del cedro sobresaliendo del agua, en cuya cara inferior la hembra depositará sus huevos, que quedarán colgando justo por encima de la superficie del líquido elemento, para facilitar la caída de los renacuajos al agua cuando dichos huevos eclosionen.Algunos aficionados defienden, dado que las hembras desovan en aguas tranquilas pero no estancadas, la colocación de un filtro de cascada poco potente (uno interno podría dañar a los renacuajos una vez que éstos nazcan) para crear una leve circulación del agua e inducir así al comportamiento reproductivo. Con este mismo objeto se recomienda bajar gradualmente la TºC ambiente hasta alcanzar los 15º, manteniéndola así un mes, pasado el cuál se aumentará de nuevo poco a poco hasta alcanzar los estándares establecidos, a la par que se pulveriza profusamente el terrario con agua tibia. Éste será el momento de trasladar a ambos sexos, hasta ahora separados en distintos habitáculos por el canibalismo del que hacen gala los Megophrys, a un mismo acuaterrario, tras brindarles un suculento banquete, evitando así que el encuentro tenga un fatal desenlace, con el macho devorado por una hembra que casi le dobla en tamaño. El amplexo, que puede alargarse desde unos escasos minutos hasta varios días sin interrupción, necesariamente se llevará a cabo en el medio acuático. En dicho acto de amor, o más bien de perpetuación de la especie, el macho abrazará a la hembra por detrás, sujetándola por debajo de sus extremidades anteriores o por encima de las posteriores para estimularla mediante apretones y fricciones a liberar los ovocitos en el agua para así poder bañarlos con su esperma.Los huevos eclosionan al cabo de 11 días y los vegetarianos renacuajos se metamorfosean desligándose (aunque nunca del todo, como hemos visto) del medio acuático al cabo de 50-60 días.Los renacuajos de esta especie presentan una cavidad bucal orientada a aspirar la superficie del agua, por ello sólo se debe emplear en su alimentación comida en polvo para peces neonatos y spirulina (bacteria, de forma muy resumida, relacionada con las algas), dada la predilección herbívora de los renacuajos (lo que reduce al mínimo el canibalismo en esta etapa), nada que ver con los hábitos alimentarios que exhiben una vez metamorfoseados.A modo de despedida, espero fervientemente que, a pesar de su extensión, encaminada a esclarecer en la medida de lo posible el mayor número de detalles sobre esta singular especie, os haya gustado mi disertación atendiendo brevemente a la familia Megophrydae en general y con más profundidad al Megophrys Nasuta en particular.Quizá algún día nuestra afición pueda disfrutar de ejemplares nacidos en cautividad con asiduidad. Mientras tanto deberemos conformarnos con las importaciones de individuos salvajes, que dicho sea de paso, de momento no comprometen la continuidad de la especie, que se muestra abundante en territorio malayo. Pero, por lo que pudiera acaecer, nunca esta de más incentivar la cría en cautividad de cualquier animal: Una responsabilidad inherente a todos los aficionados para con el objeto de nuestra pasión. Una forma de demostrar a los medios de comunicación y a una escéptica sociedad que no somos fanáticos coleccionistas de vidas a cualquier precio, y que si anhelamos poseer un pedazo de naturaleza en casa es para aproximarnos más ella a pesar de nuestro restrictivo modo de vida.Y en definitiva, una forma de devolver a la naturaleza el favor por tan gratos momentos vividos.

Agradecemos a Aitortxu la cesión para su publicación en jangala de este fantástico artículo diculgativo.